Durante mi adolescencia, mamá me contó la historia de las mariposas blancas. "Cosa de Mandinga", sentenciamos las dos. Imaginen nuestra sorpresa cuando, a principios del año pasado, el día mi abuela se fue, mamá también vio una mariposa blanca. Yo la vi unos días después. Me acuerdo que nos contamos los dos encuentros una tarde, cuando estábamos preparando el viaje para llevar las cenizas de la abuela Rosa. Mamá entraba la ropa de la soga, y charlábamos sobre lo extraño de esa "coincidencia".
Desde que a mamá le tocó irse, yo esperaba a mi mariposa blanca que no llegaba.
Ayer pasamos el día al aire libre. Estábamos sentados a la mesa, almorzando. Charlábamos de cualquier cosa y, de repente, vi que los ojos de Marido se iluminaban. Me dijo "Mirá", casi en susurros. Giré la cabeza y ahí estaba. No era blanca, pero se había posado en la esquina de la mesa, a unos cinco centímetros de mi mano. Se quedó abriendo y cerrando sus alitas casi 5 minutos enteros, y no se fue ni cuando le pasamos las manos muy, muy cerca.
Ya no espero a mi mariposa blanca.
La de mamá, era naranja.
Blurry, pero me olvidé de llevar la cámara
5 comentarios:
Siempre me hacés emocionar Ce!
Naranja, color brillante, luminosa.
:)
Lo demas por gtalk.
beso
Que cosa tan bonita!!!!!!!!!!!!
Toda la historia es linda, y tu mariposa naranja más!
Tu madre nunca siguió la corriente.
No creo que le gustara como le quedaba el blanco, por eso eligió el naranja y negro... que tiene mas onda
Gracias a todos por los comments :)
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