domingo, 21 de febrero de 2010

No hay mal que dure mil años...

Volvió mi apetito.
Supongo que es un buen síntoma, pero no estoy muy segura. No estoy muy segura de nada últimamente. Por lo menos mi cuerpo decidió dejar de molestar, y empezó a portarse como siempre.
Me di cuenta de que lo único que me hace salir del círculo de la tristeza, es la música. Por eso, voy a dejar de patear la pelota, y voy a comprarme un cello. No pasa de la semana que viene. Todo bien con eso de que hay que tomarse un tiempo para elegir, pero necesito tener ese instrumento en casa para no tener que esperar la clase por un poco de paz mental en la semana.
Me da un poco de culpa sentir que surgieron cosas buenas de la muerte de mamá. Me agarró una urgencia por vivir que no sé dónde poner. Y me di cuenta de que la música es lo que me mantiene a flote.
La música y mis afectos... Pero bueno, mis afectos están todos tullidos, mutilados por la misma ausencia que me afecta a mí. Por eso siento que la música es el lugar en el que puedo apoyarme y sostenerme.
Creo que encontré mi bastón.

1 comentario:

Ana María Mesa Villegas dijo...

Comparto el poder que la música tiene para ser soporte, no sé cómo me desaburriría yo si no fuera porque canto.